viernes, 19 de agosto de 2011

Tostadas


Me gusta despertarme y que al abrir la puerta de mi habitación el pasillo huela a tostadas. Conforme avanzo en la oscuridad de éste, me vienen a la mente los desayunos de no hace tantos años, cuando en esta casa todavía compartíamos algo más que el simple techo.

Cuando llego a la cocina no hay nadie sentado en la mesa. Parece que el olor se ha quedado concentrado de hace escasos minutos. Pero da igual, porque huele a tostadas. Como aquellas que nos hacía la yaya cuando nos quedábamos a dormir en el chalet. Esas que sabían mil veces mejor que cualquier otras porque las preparaba con todo el cariño del mundo. “Para tu tío le la que lleva mermelada de melocotón” , me decía, sábado tras sábado, domingo tras domingo. Desde que él se fue, ya nunca hay tostadas para desayunar.

Puede parecer sencillo, pero por más que intento que las tostadas me sepan como hace unos años, no consigo que mis desayunos sean como antes. Ahora cuando como tostadas, me doy cuenta de cómo ha cambiado todo, y de que, por desgracia, las cosas ya nunca serán como antes, ni siquiera los desayunos.


3 comentarios:

  1. Y así es cómo, de algo tan aparentemente trivial, se puede hacer algo tan profundo. :)

    ResponderEliminar
  2. A veces las peores cosas son las que más nos inspiran

    ResponderEliminar
  3. También me pasan cosas parecidas, con comidas o con situaciones...
    Como díce Wind, de algo muy sencillo has creado algo muy grande y cuajado de ternura.
    Un beso reina.

    ResponderEliminar